En el mes de julio de este año, acaba de aparecer la primera
novela de Héctor Alvarez Castillo (1961), titular de este sello editorial, en
la Colección Letras del maíz.
La novela cuenta la relación de Leda y Marga, relatada desde
la voz de Leda en quince capítulos breves, divididos a su vez en distintos
puntos o subcapítulos. Esta obra ha tenido otros títulos; originalmente, se la
comenzó a divulgar por la Web en un Blog con el primer nombre: Amor en
Baires: (http://amorenbaires.blogspot.com/2014/10/amor-en-baires-una-novela-de-hector.html).
A ésta continuó el subtítulo –que pervivió en esa
modalidad– Memorias de mi enamorada,
hasta tomar el definitivo, de alguna manera dickensiano, de Historia de dos
mujeres.
A
continuación, el Sumario y el primer punto del primer capítulo:
Sumario
El castillo de los bichos
La diferencia
Nosotras
Vacaciones en Reta
El destino
El enfermo imaginario
Viaje a la frontera
Mamá Linda
Las aguas que van a la mar
Roual
Lo que nos hace humanos
El camino de ida
Los límites de la razón
Despedida
Entrada al jardín
1
Hay una voz que en sueños me repite las mismas
palabras. Noche tras noche, el sentido no varía. Me dice que hay que estar
alerta, que la atención mayor debe estar dirigida a que los días de nuestra
existencia no se vayan pareciendo unos a otros; que no deben perder su color,
extraviarse en una superficie donde la mano no percibe más que un tejido liso,
una trama opaca. Que cada día debe ser distinto al anterior. Debemos ser
capaces de diferenciarlos, no debemos resignarnos a lo turbio ni a lo gris, a lo
que extravía el nombre. Si eso no sucede, si ninguna seña, rasgo o emblema, se
hace notorio, y si en esa sucesión indefinida dejamos de discernir las formas
del tiempo, aunque no lo sepamos, si eso ocurre, hemos muerto.
No importa que el cuerpo respire. Eso es un
detalle. La que no respira es el alma, porque nos han robado los días y con los
días se llevaron el resplandor de la noche, la sombra que trae consigo el sol.
No despierto. Nunca despierto después de oír
esa voz. A veces es la voz de una mujer, otras la de un hombre. Sigo durmiendo
y soñando. Sé que lo hago, aunque no siempre recuerde lo sucedido. Pero sé que
mi mente, o lo que sea que está en mí, me retiene en ese país del sueño. El
mensaje proviene de mi interior, no hay duda. Es lo que necesito que me digan,
que al menos me susurren y –como nadie sabe ni a nadie le interesa– soy yo
quien se aviene a mi encuentro y me confiesa esa verdad.
No sé dónde he estado. Dónde han estado.
Dónde estuvieron los otros. No sé si lo que ha sucedido era lo correcto, si al
menos es bueno para alguien o si a alguien le ha servido. Pero sé que ha sido
así y que ya no será de otro modo.
Cada día debe tener su propia luz, su rostro,
su huella; esa marca que lo haga único, que lo ilumine. No debo entregarme a una
sucesión indefinida de formas idénticas que desfilan ante mí y ante lo que amo.
La creación es la tierra sin límites que nos sana.
Quizá lo sabía desde chica, quizá me lo han
enseñado de pequeña y lo olvidé, y ahora recupero la sabiduría perdida. No sé.
En las noches duermo y oigo esa voz.
Querría dormir tu sueño ahora y que lo
oyéramos juntas. No sé qué tan lejos o cerca permaneces. Ése es mi deseo en
esta hora, que oigamos esa voz, juntas. Sólo necesitaba confesártelo,
enamorada.