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carácter esencial de la religión greco-romana es que no se trata de trascender
para encontrarse con los dioses, se pide que los dioses se manifiesten,
participen activamente: un macho cabrio es la manifestación de Dioniso y un
árbol de olivo es la de Atenea. Pero también los dioses pueden manifestarse de
manera interna, por ejemplo, en forma de «prudencia» (Atenea), «pasión sexual»
(Afrodita), «liderazgo» o «poder» (Zeus), «valentía guerrera» (Ares), et
cetera. Y si dicen por ejemplo «Hefestos no alumbra», quiere decir que no hay
fuego. Los griegos no dicen «llueve» o «truena» sino «Zeus llueve» o «Zeus
truena». Poseidón no es el dios del mar sino que «es» el mar, ni Afrodita es la
diosa del amor: «es» el amor. El hombre griego era realista en muchos puntos
que en nuestra actualidad sólo se piensan subjetivamente. Las reglas de
conducta y de acción eran para él perfecciones que pertenecían a la economía de
la existencia y del mundo y por lo tanto no apelaban a la voluntad y a la
obediencia sino a la experiencia y a la comprensión.
Así como los olímpicos
revelan al hombre la verdadera nobleza, la grandeza genuina, no por preceptos y
enseñanzas, sino por su mero ser sublime, así también abren, por ese ser, las
profundidades y secretos del mundo. Los dioses olímpicos estaban presentes
donde algo sucedía, o tan solo se pensaba o se deseaba, más aún, su
participación en todo parece tan grande que a menudo es como si fuesen no sólo
fomentadores de las acciones humanas sino sus ejecutantes propiamente dichos.
E1 griego y el romano devoto amaban a sus dioses y no importaba lo que hicieran
de él. Los dioses no eran «personificaciones» sino que abrían la visión a lo
esencial y verdadero.
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